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Disturbios en Francia, 2005, 2023 : EL MISMO CALLEJÓN SIN SALIDA

 

Tras los grandes disturbios de 2005, han estallado nuevas revueltas en territorio francés, sobre todo en los suburbios de las grandes ciudades. Esta vez, el conflicto lo propició el asesinato de un joven de 17 años, Nahel, a manos de representantes de la ley y el orden al servicio de la República Francesa y su maravillosa democracia dictatorial.

No se hizo esperar la respuesta de los jóvenes proletarios de los suburbios. Su odio legítimo a las autoridades que los desprecian se ha manifestado una vez más mediante la violencia, el pillaje de los comercios, el incendio del mobiliario urbano y de los coches, el ataque a las comisarías, el saqueo de los establecimientos públicos y a través del enfrentamiento directo con la policía, que dispone de efectivos apabullantes y está fuertemente armada. La paz social tiene un precio, y ese precio es la violencia utilizada legal e impunemente contra quienes pretenden socavarla, aunque sea en respuesta a un asesinato legal que, en primera instancia, rompe esa misma paz social.

Como siempre, el poder dominante (gobierno y oposición) ha condenado y reprimido el movimiento social en las calles, ya sea directamente ya sea a través de su apoyo desde la oposición. Ha criticado, de forma hipócrita, las acciones criminales de los asesinos uniformados, quienes, como siempre, no sufrirán sanciones importantes, haciéndonos entender que la policía está para protegernos a nosotros, honrados ciudadanos, y que es imposible erradicar por completo las meteduras de pata, aunque haya que hacer todo lo posible por evitarlas. ¡Errare humanum est, como bien se sabe! A fin de cuentas, todo va bien en el mejor de los mundos, como muy bien dijo el señor Voltaire.

Pero no todo va tan bien. Incluso podríamos decir que todo va a peor en el peor de los mundos. No es casualidad que sean los suburbios los que encabecen los disturbios (tanto en 2005 como en 2023). Son las zonas geográficas donde se concentra la mayor miseria humana (material e intelectual), donde hay más gente abandonada a su suerte, mercancías humanas rechazadas por el Capital como proletarios explotables. Y por ello, en contra de lo que casi todo el mundo cree, son las zonas geográficas con menos peso real para espantar realmente el sistema social de explotación capitalista que impera en todas las latitudes sin excepción, a pesar de la determinación combativa de los que en estas zonas sobreviven como pueden. Hay varios puntos importantes que conviene recordar aquí.

Nunca ha habido en la historia un movimiento revolucionario sin revuelta, sin violencia, sin un enorme deseo de pelearse con las fuerzas del orden, las autoridades, con todo lo que representa el mantenimiento de la miseria y la explotación. La burguesía lo sabe muy bien, ella que cuando era un clase ascendente se apoyó en la revuelta de las clases inferiores a ella para derribar el sistema feudal.

La solidaridad siempre ha sido uno de los pilares fundamentales del movimiento revolucionario. En este sentido, la revuelta de los suburbios, que una vez más se ha extendido a velocidad de vértigo por toda Francia, tanto en las grandes ciudades como en los pequeños pueblos, es también nuestra revuelta. Ningún grupo, ninguna organización, ningún partido, ningún individuo puede pretender ser revolucionario si no hace suya la revuelta de los suburbios, a pesar de todas las críticas que se le puedan hacer.

Pero la revuelta, si se queda en esto, está condenada de antemano. Los acontecimientos de 2005 lo demuestran sobradamente. Es vital que la revuelta dé un salto cualitativo. Y para ello necesita el apoyo de otros sectores del proletariado, sobre todo de los que sobreviven trabajando, explotados por el Capital. Como no estamos en un periodo especialmente revolucionario, este apoyo, que debería ser natural, es inexistente. Es más, una gran parte de los proletarios (en el sentido puramente sociológico) tendería a desaprobar a estas "hordas salvajes formadas por niñatos" que queman los coches de los proletarios que los necesitan para trabajar o llegar al trabajo. La clase capitalista (de todas las tendencias políticas) insiste naturalmente en este aspecto de las cosas para que aquellos a quienes realmente desprecian luchen entre sí en lugar de unirse contra ellos.

Sin embargo, esta unión es primordial; representa el comienzo del salto cualitativo que realmente espantaría al capitalismo y a todos sus defensores. Por el momento, como en 2005, a pesar de la duración y la violencia de los acontecimientos, la clase dominante está preocupada pero no asustada. Sólo unos pocos símbolos se han visto afectados, por lo que puede maniobrar a su antojo y fingir que ha comprendido al fin la importancia de mejorar la situación en los suburbios, donde se concentra la mayor parte de los inmigrantes de primera, segunda, tercera e incluso cuarta generación, inmigrantes que pretende integrar mejor en la gran y hermosa República Francesa. Esta clase dominante afirma que rectificar es de sabios y pretende que lo hará mejor que antes con la ayuda de todos los demócratas, una vez restablecida la paz social. Esto mismo afirmaba ya en 2005, pero la situación no ha hecho sino empeorar.

Es esta paz social la que es importante para ella, porque sabe que es en movimiento donde las cosas pueden cambiar, que es en movimiento donde el proletariado, los idiotas, los don nadie, los dejado de lado, los "fracasos escolares", la gentuza, la escoria pueden comprender que no sólo deben prescindir de la clase dominante con todos sus esbirros, sino acabar con ella. Saben que en movimiento, los incultos, los "fracasos escolares" pueden aprender muy rápidamente e incluso interesarse por ideas de las que nunca antes habían oído hablar, de ahí la necesidad de que los revolucionarios intervengan (con acciones y con palabras), aunque también ellos puedan ser abofeteados, física y moralmente, sencillamente porque por el momento, si se queda en revuelta, los jóvenes de los suburbios sólo ven y viven dicha revuelta; Saben que son los desechos de este sistema podrido, pero no se ven a sí mismos como proletarios que deben exigir y obtener la solidaridad de todos los esclavos asalariados, como tampoco estos últimos se lo plantean en el otro sentido. De hecho, aunque pertenezcan a la misma clase social, por el momento sólo vislumbran la continuidad de su propia situación.

En pocas palabras. La revuelta de los suburbios se ha extendido incluso a las ciudades más pequeñas. Pero los centros de producción y distribución de la riqueza social (monopolizados única y exclusivamente por la clase capitalista) han seguido y siguen funcionando como si nada hubiera pasado. Los que se benefician de ello siguen haciéndolo, como si nada hubiera pasado. Sus coches están en el parking. ¡No arden! En sus hermosos pisos, repletos de confort, escuchan música sin molestar a los vecinos. Están insonorizados. Sus esclavos no les incordian, son sus coches los que arden. Sus fábricas, oficinas y medios de transporte siguen funcionando perfectamente. Y en este contexto, el Estado, representante supremo del Capital y del orden social reinante, siempre consigue acabar con los disturbios.

Así pues, primero se desata una represión despiadada, luego vienen algunas promesas sociales costeadas, si es preciso, con un poco de dinero de la Unión Europea para lograr su objetivo: apagar el fuego de la revuelta.

¿Y qué ocurre después? Pues, como en 2005, vuelta a la normalidad. La misma miseria para unos (los de los suburbios), la misma miseria para otros (los que ya no están o nunca estuvieron en los suburbios). Y, sobre todo, la misma riqueza para quienes los explotan arrojando, eso sí, a una buena parte de ellos (a las mercancías ambulantes que ya no necesitan) al cubo de la basura del paro, la marginalidad y la muerte social.

Ayer, hoy y mañana, hay que ser conscientes de que quedarse en los suburbios y seguir quemando todo lo que hay en ellos es asfixiarse, pese a alguna que otra escapada al centro de las ciudades. Respirar es salir de allí. Es salir de los guetos, plantarse en medio de las ciudades y a la salida de los centros de producción para dejar claro que la integración no es posible en una sociedad que ya no te necesita como carne de explotación, pero que sí te utilizará como carne de cañón en caso de guerra. Véase lo que pasa por ejemplo actualmente en Ucrania y Rusia. Es salir de los guetos para gritar a la cara de los trabajadores explotados, aquellos que tienen un puesto de trabajo, que sin ellos, el movimiento de revuelta no puede ir más allá, que está condenado de antemano. Y que tener la "suerte" de trabajar más de ocho horas en esta maldita sociedad no es ninguna gloria, en un momento en el que, si las leyes del capital fueran barridas, satisfacer las necesidades vitales de la humanidad requeriría muy poco tiempo y esfuerzo por parte de los seres humanos liberados por fin de las clases sociales, del Estado y de la explotación.

¿Acaso Aristóteles, que defendió la esclavitud en su época, no dijo, hace ya mucho tiempo: "...si todo instrumento pudiera ejecutar por sí sólo su propia función, moviéndose por sí mismo, como las obras de Dédalo o los trípodes de Vulcano, que se dedicaban espontáneamente a su trabajo sagrado; si, por ejemplo, los husos de los tejedores tejieran por sí solos, ni el maestro tendría necesidad de ayudante, ni el dueño de esclavos".

Muchísimos siglos nos separan de estas palabras. La profecía se ha cumplido con creces. Y, sin embargo, seguimos igual. Un ser humano puede explotar a otro. Hay esclavos, hay amos, y además, hay bocas de más que alimentar ya que los amos no necesitan a tantos esclavos. Hay demasiadas cosas que funcionan por sí solas, demasiado trabajo totalmente inútil, incluso perjudicial, para mantener ocupados a los esclavos que los amos no se atreven a "liberar". Porque estos amos no olvidan que lo que hacen producir a los demás tienen que poder venderlo para obtener beneficios, por lo que necesitan gente solvente.

Para ello, además de los puestos de trabajo, incluidos los que se mantienen artificialmente, disponen de la delincuencia tan hipócritamente desacreditada, que se concentra sobre todo en estos suburbios dejados de la mano de Dios. En general, la población trabajadora se traga todo lo que dicen los medios de desinformación al servicio de la clase capitalista, que fomentan la división entre los miembros de la misma clase que no dejan por ello de tener los mismos intereses. Los suburbios son descritos como caldos de cultivo de la delincuencia, del tráfico de drogas, del robo y del crimen. Y a menudo con razón. El hecho de que estén poblados mayoritariamente por inmigrantes los hace en general aún menos respetables a los ojos de los honrados trabajadores atomizados franceses, que se creen superiores y que pueden despreciarlos igual que ellos mismos son despreciados por la clase dirigente. Y, sin embargo, ¡todos contribuyen, a su manera, al bienestar de los que dominan el mundo y a la dinámica del sistema que les pertenece!

A este respecto, citaremos extensamente un texto poco conocido de K. Marx, que pone de relieve lo esencial de este tema, precisamente lo que nuestra espléndida sociedad democrática quiere mantener en la sombra a toda costa.

"[…] Un delincuente produce delitos. Una mirada más atenta a la relación entre esta última rama de la producción y la sociedad en su conjunto disipará muchos prejuicios. El delincuente no sólo produce delitos, sino también el derecho penal y, en consecuencia, el profesor que da clases de derecho penal, e incluso el inevitable libro de texto a través del cual este mismo profesor arroja sus clases al mercado como una ’mercancía’ más. [...]

El criminal produce también toda la organización de la policía y de la justicia penal, los agentes, jueces, verdugos, jurados, etc., y cualquiera de esos diferentes oficios que constituyen las múltiples categorías de la división social del trabajo; éstas desarrollan las diversas facultades de la mente humana, crean nuevas necesidades y nuevas formas de satisfacerlas. La tortura por sí sola ha dado lugar a algunas de las invenciones mecánicas más ingeniosas, y ha mantenido ocupados a muchos artesanos honrados para fabricar estos instrumentos.

El criminal produce una impresión a veces moral, a veces trágica -según los casos- y también presta un "servicio" a las emociones morales y estéticas del público. No sólo produce obras sobre derecho penal, el Código Penal y los legisladores, sino también arte, literatura, novelas e incluso tragedias. [...] El criminal crea una diversión en la monotonía y la tranquila seguridad de la vida burguesa. La preserva del letargo y da lugar a esa tensión y emotividad inquietas sin las cuales el acicate de la competencia acabaría por decaer por sí mismo. El delincuente da así un impulso a las fuerzas productivas [las negritas son nuestras]. Por un lado, el crimen retira del mercado de trabajo una parte de la población excedente y reduce así la competencia entre los trabajadores; por otro lado, la lucha contra el crimen absorbe otra parte de la misma población. El delincuente aparece así como uno de esos factores "igualadores" naturales que restablecen el equilibrio beneficioso y abren toda una nueva perspectiva de ocupaciones "útiles". Esta influencia de los delincuentes en el desarrollo del poder productivo podría demostrarse hasta en el más mínimo detalle: ¿habrían alcanzado las cerraduras su perfección actual si no hubiera ladrones? ¿Habría alcanzado la fabricación de billetes de banco su nivel actual de perfección sin falsificadores? ¿Habría penetrado el microscopio en el comercio cotidiano si no hubiera habido fraudes comerciales? ¿Acaso la química práctica no le debe tanto a la adulteración de los productos y a los esfuerzos realizados para descubrirla como al ahínco honrado por producir mercancías? Con sus formas siempre renovadas de atentar contra la propiedad, el crimen provoca constantemente nuevos medios de defensa y sus efectos son tan productivos como los de las huelgas que influyen en la invención de las máquinas.

Y, para abandonar la esfera de la delincuencia privada: ¿habríamos tenido alguna vez un mercado global, o simplemente naciones, si no hubiera habido delitos nacionales?"

Karl Marx, in Teorías sobre la plusvalía, 1861-1863.

¡¡¡Sin adornos, la cruda realidad, tal como era y sigue siendo !!!

Con o sin trabajo, delincuentes o no, es la misma mentalidad que nos inculca el capitalismo. Tener pasta o morir. Y dentro de la delincuencia, también hay una división en clases sociales. Una cosa es el pequeño tráfico de drogas, el robo de coches y el hurto en supermercados, y otra muy distinta la malversación de fondos, las altas finanzas, el tráfico de drogas a gran escala, etc. Aunque el objetivo y la mentalidad sean los mismos, unos lo hacen para sobrevivir, otros para enriquecerse aún más. Ni los medios para obtener dinero ni las cantidades obtenidas son los mismos. Por eso es más que legítimo que la gente que vive en los suburbios participe en la revuelta, precisamente porque no tienen nada y, por tanto, nada que perder aparte de su ciudad, sus coches, sus comisarías, sus escuelas, sus centros sociales y, quien sabe, sí tienen... ¡UN MUNDO QUE GANAR!

Para ello se requiere la intervención activa del conjunto de la clase explotada, que debe redescubrir las excelentes sensaciones de la solidaridad de clase atacando al único enemigo de la humanidad, el sistema social basado en la esclavitud asalariada y su división en dos clases históricamente antagónicas.

Como clamaba el movimiento subversivo en mayo del 68: "Sólo hay una solución: la revolución". Social e internacional, habría que añadir.

Proletarios de todos los países, unámonos. ¡Suprimamos los ejércitos, la policía, la producción de guerra, las fronteras, el trabajo asalariado!

¡Por una sociedad sin clases!

Un Esclavo Asalariado Internacionalista