Foro para la Izquierda Comunista Internacionalista
Nuestro propósito no es hacer la historia de un movimiento que hemos intentado estudiar en nuestra tesis de doctorado (1988) que aparece en inglés este año. Nuestra contribución no tiene por finalidad entregarnos otra vez a la arqueología de la política revolucionaria. Sería vano desterrar los vestigios del pasado sin una problemática clara, en la que la economía de la revolución emancipadora jugará sin duda un papel decisivo.
¿Cómo podría responder el estudio de esta corriente a las numerosas cuestiones planteadas por un coloquio centrado en la emancipación del trabajo? En particular a la cuestión planteada en la obra de Éric Hazan y Kamo: «como hacer de tal manera que al día siguiente de la insurrección que viene, la situación no se estanque, que la libertad recuperada se extienda en vez de retroceder fatalmente». Pese al «escepticismo ambiental sobre la idea de revolución», se indica, existe una perspectiva de libertad, no reposando sobre la utopía, sino sobre el movimiento real.
Creemos que los consejos obreros forman parte del movimiento real por la emancipación de la humanidad.
El comunismo de consejos se refiere a una teoría y a una práctica adoptadas y propagadas por diferentes corrientes marxistas revolucionarias, en ruptura con la socialdemocracia y después con el comunismo oficial, desde principios del siglo XX.
Esta corriente tiene su origen en el movimiento de huelgas de masas, tal y como se desarrolló desde principios del siglo XX, y en particular en la primera revolución rusa de 1905. Tuvo como primeras teóricas a dos mujeres ( lo que debe ser subrayado): Henriette Roland-Holst en los Países Bajos y Rosa Luxemburgo en Alemania («Huelga de masas, partido y sindicatos», 1905). Y un astrónomo socialista : Anton Pannekoek, en una obra que causó revuelo: «Las divergencias tácticas en el seno del movimiento obrero», 1909).
Estas huelgas de masas eran políticas por naturaleza. Nada tenían en común con la huelga general, de naturaleza sindical, propagada por los anarcosindicalistas o los sindicalistas revolucionarios. Estas huelgas planteaban, como lo afirmaba ya el principal teórico del comunismo de consejos Anton Pannekoek, la cuestión del poder, de la «dictadura del proletariado» y por tanto de de la destrucción del Estado de clase. Lenin lo recuerda en su libro «El estado y la Revolución» (1917), en el cual cita frecuentemente a Pannekoek.
Estos movimientos huelguísticos de masas culminan en el movimiento de los consejos obreros («soviets») que se crean en Rusia en 1905 y en 1917, en Alemania durante la revolución de 1918 a 1919, en Italia con la experiencia de los consejos de fábrica de Turín (1919-1920), en Hungría entre 1918 y 1919, y nuevamente en octubre de 1956.
Los consejos obreros, para el comunismo de consejos, no son órganos de reivindicación sindical: son la forma política de una democracia directa que reúne al conjunto de proletarios, obreros y capas no explotadoras, cuando se plantea la cuestión del poder. La simple transformación de estos consejos en organismos de gestión (organismos de producción o de cogestión con el Estado), como en la Rusia de 1918, o su eliminación política en beneficio de una Asamblea Constituyente ‘nacional’ (como Alemania en 1919) marca su desaparición.
Para el comunismo de consejos, éstos solo pueden ser ‘proletarios’. Representan a las mayorías, pero a menudo son masas minoritarias activas, las de los obreros de fábrica. Cierto es que hubo en noviembre de 1918 en Hungría consejos de policías y de estudiantes, de funcionarios y de ingenieros, de amas de casa, etc. Pero son una curiosidad histórica, o según un testigo, únicamente «el honesto burgués se queda sin consejo, no sabiendo a que santo encomendarse».
Son especialmente los consejos de fábrica los que deben dirigir la revolución y tomar el poder en nombre de toda la sociedad.
El comunismo de consejos se opone a todo ‘comunismo de partido’, y en especial al ‘leninismo’ (o a sus derivados «capitalismos de Estado»), según el cual los consejos están necesariamente sometidos a la única autoridad del partido comunista que debe apoderarse del poder estatal y ‘construir’, sustituyendo a la voluntad de las masas, la sociedad socialista y posteriormente comunista, en el transcurso de un «período de transición» sin fin.
Teniendo como fin la edificación de una sociedad libre e igualitaria, sin clases y sin Estado explotador, el comunismo de consejos considera que el capitalismo de Estado perpetúa el poder del Capital global en el marco de un Estado que, bajo la égida de una burocracia o de una casta de funcionarios o de ‘especialistas’, aparece como el «capitalista ideal» (Engels, «Antidühring») encargado de asegurar una acumulación primitiva de capital, en un marco nacional cerrado. Este ‘socialismo nacional’ no es por tanto un progreso histórico, pudiendo considerarse una forma de ‘Revolución Burguesa’ en un área geográfica atrasada (Bordiga) o como un Estado obrero ‘burocráticamente degenerado’ (Trotsky), cristalizando en supuestas ‘conquistas proletarias’ obtenidas mediante la dictadura de un partido único.
Es este rechazo de todo marco nacional, vaciado de sentido en el rápido movimiento de mundialización, lo que mejor caracteriza el comunismo de consejos. Este no reconoce en el hecho nacional mas que un dato histórico transitorio en el surgimiento de una sociedad mundial. La toma del poder por parte de los consejos obreros no tiene ningún sentido en el campo de la nación («socialismo en un solo país»), y no puede echar raíces más que englobando simultáneamente un grupo de países, socavando las bases de una ideología de defensa de toda ‘patria socialista’.
Al estar edificados sobre una base territorial, no pueden tener una existencia puramente nacional. La institucionalización de una federación de estados socialistas de consejos queda por tanto excluida. El poder de los consejos obreros en diversos países, en un continente y después en otros, no puede fundarse más que sobre una asociación libre e igual de consejos obreros territoriales ó regionales, basados en los conjuntos productivos, rompiendo de esa manera el hecho nacional o nacionalista. La federación de ‘Comunas territoriales’ conduce a l instauración de un Estado-Comuna mundial. En su opúsculo sobre «El devenir de la nueva sociedad» (julio de 1920), Karl Schöeder, dirigente del KAPD, afirmaba que esta comuna mundial no sería una «federación de repúblicas nacionales de soviets», como la proclamada por Lenin en enero de 1918 y posteriormente en la Constitución de la república socialista federativa soviética de Rusia del 10 de julio de 1918. Esta comuna, extendida al mundo entero, asociaría los consejos obreros de todos los continentes creados sobre una base territorial de unidades productivas, nunca sobre una base federativa nacional.
Indicaba Rosa Luxemburgo en diciembre de 1918, con ocasión del Congreso del KPD: «Ahora no existe para nosotros ni programa máximo ni programa mínimo; el socialismo es una sola y misma cosa; ahí está el mínimo que tenemos hoy que realizar…La realización del socialismo es la tarea inmediata cuya luz debe guiar todas las medidas, todas las posturas que adoptemos».
El comunismo de consejos alemán y holandés (Räte-Kommunismus) surgido en 1918-1919, considera que la primera guerra mundial ha mostrado la vacuidad del antiguo movimiento obrero, organizado en los sindicatos y en los parlamentos. Este antiguo movimiento se apoyaba en las conquistas progresivas y parciales así como en la búsqueda de alianzas con las ‘fracciones progresistas’ de la clase dominante, con vistas a la toma del poder de una forma gradual y legalista. Considerando que el capitalismo tradicional había entrado en una fase de ‘crisis mortal’ (Todeskrise), el comunismo de consejo estimaba en consecuencia que todo nuevo movimiento obrero debía, como norma:
Rechazar la forma sindical, oficial, considerada como expresión de un reformismo utópico, cuya única función era encuadrar legalmente la fuerza de trabajo en el marco de una gestión tripartita entre estado, patronos y ‘representantes legales’ del Trabajo. Según el comunismo de consejos, las nuevas formas de organización, como reemplazo de los viejos sindicatos serían las ‘Uniones Obreras’ nacidas de la lucha revolucionaria, organismos de lucha política y económica, los comités de acción, de parados, nacidos espontáneamente de las necesidades de la lucha de clase, Los comunistas de consejos fueron concretamente activos militantes de estos comités tanto en Alemania como en los Estados Unidos.
Rechazar el marco parlamentario y las acciones de ‘tácticas electorales’. El comunismo de consejos considera que en un período de preparación revolucionaria la participación en las elecciones es una trampa mortal. Y por ello la aceptación de la Asamblea constituyente en Alemania en enero de 1919, un suicidio político total. En vez de tribuna revolucionaria, el parlamento está convertido en un circo electoral, a imagen del Circo Busch de Berlín, circo en donde los consejos se anulan legalmente y dan todo el poder a la Asamblea constituyente. La única validez de las elecciones emana de la base de los Consejos obreros, durante la nominación periódica (ó la destitución) de sus delegados.
Rechazar el apoyo, aún táctico, a los movimientos de ‘liberación nacional’, porque la idea nacional se opone a la lucha por la conquista del poder por el proletariado (obreros, empleados y campesinos pobres), la única clase portadora de progreso histórico.
Combatir todas las ideologías que desvíen al proletariado del objetivo supremo: la supresión irreversible del sistema capitalista, cualquiera que sea su forma : liberal, terrorista fascista o capitalista de Estado, bajo cualquier forma estalinista en la que se presente. El comunismo de consejos, como lo hacen Hazan y Kamo, consideraba que el antifascismo era un ‘anzuelo’ vigorizador del fascismo «dando la impresión de apoyar el orden democrático existente».
Este rechazo de toda la táctica antigua no tenía ningún sentido fuera del proceso de formación de una sociedad nueva de emancipación, proceso que debía ser irreversible para ser real ; pero también una sociedad en donde se invierte la perspectiva : no la política de las sociedades tradicionales dominando la economía, sino la economía en las manos de productores y consumidores sometiendo la política, la del estado, para asegurar mejor su extinción en tanto que órgano de clase.
Estas medidas están expuestas en dos textos fundamentales: los «Principios fundamentales de la producción y el reparto comunista» (Berlín, 1930 Amsterdam, 1950) y los «Consejos Obreros» (1941-1947) de Pannekoek.
En el primer texto, escrito por un dirigente obrero del KAPD, Jan Appel, delegado en el III Congreso de la Internacional Comunista, la cuestión de la socialización o de la comunicación se planteaba en un plano económico: «Lo que los obreros tienen que dirigir es el dominio de la política por la economía».
Por ‘economía’ hay que entender la asociación de productores libres e iguales en su lugar de trabajo, ignorando toda instancia estatal y de dominación de partido. El gran problema era el del reparto igualitario del consumo decidido no por una instancia estatal centralizada sino por la base organizada en consejos de empresa. Se trataria de calcular el tiempo social medio de producción de cada producto para determinar de manera justa una distribución igual de reservas sociales de consumo para cada productor-consumidor. Gracias a esta compatibilidad social, se pondrá fin a la ley del valor: los productos serán desmonetizados y circularán sobre la única base de valor de uso social. Esta contabilidad social elaborada en la base permitiría escapar al peligro de la rápida formación de una burocracia parasitaria.
Se trataría, de hecho, de crear una nueva relación del productor con su producto, lo que remitía a una cierta concepción libertaria teorizada en 1921 por Sébastian Faure («Mi comunismo»).
Esta visión fue considerada simplista por los principales teóricos del comunismo de consejos, Anton Pannekoek y Paul Mattick. Para Pannekoek, en su libro «Consejos obreros», no había que perder de vista que durante un cierto tiempo (no determinado) «sería necesario recuperar una economía arruinada…» tanto por las crisis económicas como por las guerras. Continuaba: «Es muy posible que se continue repartiendo uniformemente raciones alimentarias como se ha hecho siempre en tiempo de guerra o de hambre…los nuevos principios del trabajo común tomarán forma de una manera gradual». A la famosa consigna de Guy Debord «¡no trabajéis nunca!», Pannekoek oponía la consigna de una ética, de una justicia igual en el reparto de los bienes de consumo. Asumía el refrán popular, de hecho de San Pablo en su «Epístola a los tesalonicenses», «quien no trabaja no come». Por otra parte, el nuevo consumo no se reduce a una igualación cuantitativa de cooperadores autónomos (autogestionados): «Una gran parte del trabajo debe ser consagrada a la propiedad común, debe servir para perfeccionar y aumentar el aparato productivo.» Así, se necesitará «destinar una parte del tiempo de trabajo global a actividades no productivas pero socialmente necesarias : la administración general, la enseñanza, los servicios de salud…»
Paul Mattick afina el problema en los años 50. A pesar de la experiencia de la gran crisis de 1929, con la que se compara la crisis actual, no se trataba de constituir ejércitos laborales, ya fuese social y de interés general. El cálculo de la participación de cada cual en el proceso de producción no tenía objeto, porque «será fácil producir tal exceso de bienes de consumo que todo cálculo de la participación individual será inútil».
La segunda crítica consistía en que el reparto comunista no podía calcarse del antiguo mundo de los talleres, o del posterior fordismo. En primer lugar, «la productividad del trabajo ha alcanzado tal nivel que los trabajadores efectivamente activos en la producción constituyen una minoría en el conjunto de la clase obrera, mientras que los trabajadores empleados en la circulación o en otro área son mayoría».
En segundo lugar, el trabajo había alcanzado una cualidad nueva, universal, siendo impensable separar trabajo manual y trabajo intelectual. La combinación de la ciencia y de la producción hace imposible escindir trabajo simple y trabajo complejo. Paul Mattick destacaba que «se puede considerar las universidades en parte como “fábricas”, porque las fuerzas productivas resultado de la ciencia tienden a sustituir a las ligadas al trabajo directo».
En tercer lugar, la crisis mundial uniformiza las condiciones de un reparto comunista: «la pauperización ligada a la crisis golpea a todos los trabajadores», los que (incluso si están fuera de la producción directa) «no por ello forman menos parte de la clase obrera».
Especialmente, Mattick insiste en el hecho de que no se trata de autogestionar ni de hacer ‘igualitaria’ una miseria social exacerbada por la miseria de un trabajo inhumano. De hecho, retomaba la concepción de Marx para la cual la única filosofía del trabajo debía ser su abolición: «El “trabajo” es por naturaleza la actividad esclava, inhumana, asocial, determinada por la propiedad privada y creadora de la propiedad privada. Por consiguiente, la abolición de la propiedad privada no se hace realidad a menos que se la conciba como la abolición del trabajo» (Karl Marx, A propósito de Friedrich List, “El sistema nacional de la economía política”, 1845).
Se observan aquí las comillas utilizadas por Marx. Para éste, el trabajo cede su lugar a una actividad libre, en la que «el dominio de la libertad no comienza mas que cuando cesa el trabajo determinado por la necesidad o la utilidad exterior».
Para Mattick, el único buen principio no era pues de orden cuantitativo, sino cualitativo : un «principio de economía de la clase obrera no es más que la supresión de la explotación», en tanto que el ‘trabajo’ es una tortura, labor, sometido al capital privado o estatal.
Esta es la causa de que la exigencia de una ‘contabilidad’ exacta del trabajo social medio para el consumo no podría satisfacerse. Por una parte, en razón de las «variaciones constantes del trabajo social medio», por otra porque se trata constantemente de «adaptar producción y distribución a las necesidades de la sociedad». Esta sociedad es una sociedad mundial, caracterizada por diferencias abismales a nivelar, antes de obtener una equidad en la distribución.
Haciendo de los consejos obreros la forma por fin encontrada de la dominación de la política por la economía, y por tanto de la disolución del Estado del capital, el comunismo de consejos proporciona algunas pistas para encontrar soluciones concretas a los interrogantes actuales: paro masivo y destrucción periódica de la fuerza de trabajo.
¿Cómo puede renacer la esperanza de una transformación de la sociedad rápida e irreversible, pasando de lo local a lo mundial? Y esto pese a la constatación de que el capital, autonomizándose, destruye a toda velocidad no solamente las condiciones misma de su perpetuación por la destrucción programada de los recursos naturales, sino también la de las mismas fuerzas productivas (paro masivo).
Como observan Hazan y Kamo no se puede soñar con una emancipación irreversible del género humano resignándose a «constatar el hundimiento del actual edifico social». Necesitamos conseguirla lo antes posible», antes de que el capital ofrezca a la humanidad un horror sin fin o un rápido fin en el horror.
¿Serán por fin los consejos obreros la forma hallada de organización de la sociedad? Esta ‘insurrección futura’ (con comillas aquí), predicha por ‘anónimos’ (término muy discutible [Jaime Semprún]), ¿será ‘antipolítica’, en el sentido de que ya no habrá ‘vanguardia’, sino solamente «agentes de enlace, trabajando para despertar y haciendo circular los devenires revolucionarios» portavoces, según Hazan y Kamo, de toda una generación quemada por repetidos ‘constructores de partido’? O por el contrario, como escribía Pannekoek, ¿se trata de grupos de trabajo y de acción o ‘partidos’ que tienen por misión elaborar la ‘potencia espiritual’ sin la cual toda forma de organización, como los consejos obreros, seria una concha vacía?
La emancipación humana por medio de órganos reuniendo a ‘multitudes’ (Toni Negri y Michael Hardt) se plantea ciertamente hinc et nunc, y no en las lejanas brumas de la utopía. En una mundialización muy perfeccionada, las operaciones bursátiles de realizan en nanosegundos; estamos muy lejos del tiempo largo braudeliano, pero insertos en el corto tiempo, en el que la emancipación puede surgir como una cuestión concreta a resolver ahora («C’est maintenant…»). Pero sería arriesgado afirmar que «la noción de la sociedad de transición es ya caduca y reaccionaria» (Bruno Astarian, 2010), o en otras palabras, que los procesos de transformación irreversible hacia una emancipación social global se produzcan en el corto plazo.
Philippe Bourrinet,
20 de Febrero de 2014
Fuentes y materiales para una reflexión crítica
(Por orden de aparición en francés, o de republicación en inglés y alemán)
– Sébastien Faure, Mon Communisme : Le bonheur universel, Imprimerie La Fraternelle, Paris, 1921.
– Rosa Luxemburg, Discours au Congrès de fondation du KPD (Spartakusbund), Berlin, 31 déc. 1918, Écrits politiques 1917-1918, Maspéro, Paris, 1969.
– Anton Pannekoek, «Les divergences tactiques au sein du mouvement ouvrier» (1909), in S. Bricianer (éd.), Pannekoek et les conseils ouvriers, EDI, Paris, oct. 1969.
– Paul Mattick, Préface aux principes fondamentaux de la production et de la distribution communistes (1970), in Fondements de l’économie communiste, I.C.O. n° 101, 1er février 1971.
– Roland Bardy, 1919. La Commune de Budapest, La tête de Feuilles, Paris, 1973.
– Anton Pannekoek, Les Conseils ouvriers (1941-47), Bélibaste, Paris, 1974.
– Karl Marx, Critique de l’économie nationale. Sur le livre de Friedrich List « Le Système national de l’économie politique» (1845), Paris, EDI, 1975.
– Un monde sans argent : le communisme, Amis de 4 millions de jeunes travailleurs, vol. 1 à 3, 1976.
– Paul Mattick, «Y a-t-il un autre mouvement ouvrier ?» (1975), in Le marxisme hier, aujourd’hui et demain, Spartacus, Paris, 1983.
– Gruppe internationaler Kommunisten, Prinzipien kommunistischer Produktion und Verteilung, GIK-AAUD, Berlin, 1930. Traduction en anglais par le Movement for Workers’ Councils, Londres, 1990.
– Jaime Semprun et René Riesel, Catastrophisme, administration du désastre et soumission durable, Éditions de l’Encyclopédie des Nuisances, 2008.
– Moishe Postone, Temps, travail et domination sociale (1993), Les mille et une nuits, Paris, 2009.
– Alain Badiou et Slavoj Žižek (dir.), L’Idée de communisme, Nouvelles Éditions Lignes, 2010.
– Bruno Astarian, Activité de crise et communisation, 2010, Senovero, Marseille.
– Groupe Krisis, Manifeste contre le travail (1993), Osez la République sociale !, Gaël, 2012.
– Karl Schröder, Vom Werden der neuen Gesellschaft (Alte und neue Organisationsformen), KAPD, 1920. Reprint 2013
– Claude Bitot, Repenser la révolution, Spartacus, Paris, mai 2013.
– Éric Hazan & Kamo, Première mesures révolutionnaires, La fabrique, sept. 2013.
– Ph. Bourrinet, The Dutch and German Communist Left, Brill, Leiden, printemps 2014.