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Tendencias y paradojas de la escena internacional

El presente artículo pretende poner el dedo en problemáticas ignoradas o desconocidas frecuentemente por los análisis de las prensas revolucionarias. Se trata, sobre todo, de completar el modelo dominante de esta literatura que considera que el mundo es el producto de la suma de las interacciones entre potencias competidoras. Estas potencias representan a cada una de las burguesías nacionales y su capital. Tienen como misión esencial la defensa de sus intereses propios al tiempo que controlan la lucha de clases. Este texto no pone en tela de juicio este modelo del imperialismo que nada ha invalidado nunca. A día de hoy, ningún Estado ha actuado en el plano internacional para defender otra cosa que no sean los intereses de la clase burguesa nacional que asocia.

En cambio, y a pesar de las aspiraciones burguesas o las esperanzas proletarias, el mundo ha cambiado mucho a lo largo del siglo que ha seguido a la Primera Guerra mundial. Han aparecido nuevos actores, conflictos atroces han marcado indeleblemente a la humanidad, la demografía galopante, crisis económicas de amplitud sin precedentes, el subdesarrollo endémico, el terrorismo, las amenazas ecológicas, la proliferación militar, las nuevas tecnologías de la comunicación, la desmultiplicación de los derechos y de los niveles de poder... son otros tantos factores que en lo sucesivo actúan sobre las relaciones internacionales y cuyos efectos parecen haberse liberado masivamente después de 1989. Por tanto, las cosas aparecen más complejas tanto para la burguesía como para los marxistas. Las fórmulas explicativas tradicionales necesitan integrar las evoluciones que marcan nuestra época. Este texto exploratorio intenta hacer una parte del inventario de ello señalando tendencias contemporáneas y paradojas en acción.

Se tratará, en primer lugar, de examinar el papel de los Estados Unidos cuya potencia declina. Pero este declive no beneficia forzosamente a sus competidores internacionales. Parece más bien que es la noción misma de “potencia” la que vive horas difíciles. Detrás de los manejos de los grandes imperialismos, se asiste a un debilitamiento generalizado de los Estados, esencialmente en un Tercer Mundo que parte a la deriva, pero también en los centros industriales. Paradójicamente, la erosión de las capacidades estatales va acompañada de una extensión de los dominios investidos por el Estado y de una proliferación de los organismos internacionales que corren tras el mito de la regulación para intentar yugular el caos creciente.

El capitalismo pierde el aliento, crisis tras crisis, y fracasa todos los días un poco más en responder a las necesidades sociales del mundo. Una inmensa parte de la población mundial, aunque siempre disponible como término explotado de la relación social capitalista, está totalmente excluida del sistema, hasta el punto de parecer inexistente a sus ojos. De ello resulta la extensión de un mundo “fuera del mundo”, en donde esta población sobrevive como puede en una especie de relación capitalista de subsistencia, brutal y sin regla, donde reinan élites criminales en el sentido del derecho, sin legitimidad a los ojos de las burguesías tradicionales (aunque ellas han salido a veces de ahí).

Al lado de este cuadro sombrío, sigue siendo incierta la perspectiva del desarrollo activo de una conciencia proletaria. Queda que se puede constatar que las maniobras para controlar las ideologías son más complejas que nunca y movilizan una gran cantidad de recursos. Estos esfuerzos impresionantes con vistas a una “opinión mundial”, que hay que proponer a título de hipótesis, atestiguan una incapacidad acrecentada de las burguesías para movilizar a sus poblaciones tras sus intereses. Esto podría ser indicio de la aparición de una postura de resistencia y de protesta que se observaría actualmente en el desencanto creciente frente al modelo de sociedad capitalista más que por el surgimiento de una auténtica conciencia de clase revolucionaria.

Los Estados Unidos: ¿el despuntar de un largo crepúsculo?

En 1991, mientras la URSS vivía sus últimos instantes, la Primera Guerra del Golfo inauguraba un nuevo período de relaciones internacionales. Los Estados Unidos, única superpotencia reconocida en adelante, se empeñaba resueltamente en la organización de la escena internacional y de su agenda. Más allá de los objetivos tácticos o políticos que los USA hayan alcanzado o fallado (siendo estos últimos más numerosos que los primeros), la potencia americana se manifiesta esencialmente por su capacidad para movilizar y hacer actuar a las otras potencias. La política internacional americana, verdadero decreto de movilización permanente, tiene por objetivo orquestar la acción de sus competidores.

Este modelo, practicado ya ampliamente después de la Segunda Guerra mundial pero parcial en razón de las fronteras de los bloques imperialistas, se ha actualizado plenamente desde la primera intervención en Irak. Así, en diez años, los USA han logrado movilizar coaliciones en cuatro ocasiones en teatros de su elección: la Primera Guerra del Golfo, Restore Hope en Somalia, la Guerra de Kosovo y la intervención en Afganistán; todas dignas de resaltar por el seguidismo declarado de los principales competidores de los Estados Unidos, ya sea a través de la OTAN (Kosovo y Afganistán) o de la ONU (Irak y Somalia). Además de estas grandes operaciones movilizadoras, la diplomacia americana se ha volcado ampliamente en las resoluciones de conflictos locales. A lo largo de todo el decenio, estuvo así detrás de los Acuerdos de Oslo (1992, Israel / Palestina), los Acuerdos de Dayton (1995, Bosnia, ex-Yugoslavia) y, más indirectamente, los Acuerdos del Viernes santo (1999, Irlanda del Norte). Además, los USA no han abandonado sus apoyos bilaterales a regímenes cuando se trata de dominar situaciones percibidas por ellos como amenazantes para sus intereses. América Latina sigue siendo su coto privado de caza: dan testimonio de ello especialmente la inversión masiva en el Plan Colombia contra las FARC y el narcotráfico o el apoyo al régimen de Fujimori por razones similares. De Uganda a Filipinas, pasando por Indonesia o Turquía, el intervencionismo autoritario americano en las políticas interiores constituye un verdadero catálogo y no ha dejado de aumentar a pesar del fin de la Guerra fría y la desaparición de los riesgos de “balanceo hacia el otro campo”.

Paralelamente a estas maniobras y conforme a la lógica de movilización, Washington se ha puesto a buscar una ideología federadora que convenga a las nuevas circunstancias del siglo. A lo largo de los años 1990, la argumentación ligada al terrorismo islamista no ha dejado de desarrollarse agregando desordenadamente elementos dispersos [1]. El primer atentado contra el World Trade Center (1993), después los de las embajadas americanas en Nairobi y en Dar-es-Salaam (1998) y el perpetrado contra el navío USS Cole (2000), les permitieron aportar a la agenda de las preocupaciones internacionales esta temática que ya no abandonan. Comprobaron ya su eficacia con ocasión de los golpes de represalia en Afganistán y en Sudán (1998) que, a pesar de la ruptura con el código internacional, fueron globalmente aprobados por las cancillerías.

Si se exceptúan los cometidos contra Trípoli en 1984, estos dos golpes inauguraban una política que consiste en atacar Estados cuyas relaciones con atentados o crímenes son establecidas por un procedimiento opaco. En lo sucesivo, el discurso americano descansa sobre la inteligencia [2], que por naturaleza no es comprobable (lo que produce una predisposición al fantasma del complot). Henos aquí en una era en la que el Príncipe declara guerras a su discreción. Los aliados potenciales se adhieren o no. Este proceso descansa en una puesta a prueba permanente de las alianzas y de la docilidad de los fieles. En este esquema, los atentados del 11 de septiembre constituyen en lo sucesivo la piedra angular de la lucha contra el terrorismo. Con la caída de las torres gemelas, la interpretación del mundo por parte de Washington se ha impuesto hasta justificar la invasión de Afganistán, llevada a cabo en nombre del antiterrorismo y de la democratización de regiones bárbaras [3].

Pero esta política tiene sus límites, como lo atestigua el fracaso ideológico de la operación tendente a convencer que Irak estaba dotado de armas de destrucción masiva. Aquí no fueron finalmente las debilidades del proceso contra Irak las que resultaron problemáticas. Los USA han chocado sobre todo con la oposición de otras potencias a refrendar esta guerra, oposición motivada por una resistencia a este llamamiento a la hueste más bien que por un desacuerdo sobre los principios [4]. Quizá Irak era la guerra de más [5]. Pero la oposición a los Estados Unidos estaba en realidad gestándose desde hacía tiempo, como lo demuestra el tono muy antiamericano empleado en los discursos de izquierda en Europa a lo largo de los años 1990. Esta erosión del liderazgo obliga, por lo demás, a los USA a cerrar incesantemente filas detrás de su bandera. Hoy, sin renovar el fondo conceptual de la propaganda americana, Obama reactiva la máquina explotando su propia elección que, en términos emocionales, no está lejos de valer el 11 de septiembre. Al reorganizar las operaciones americanas en Afganistán, vuelve finalmente al proyecto de la Pax americana querido por Bill Clinton. Pero no cabe ninguna duda de que desde el momento en que se disipe el espejismo de una refundación ética del intervencionismo americano, las veleidades de liberación de las otras potencias tendrán el campo libre.

Señalemos, no obstante, que el dispositivo ideológico americano centrado alrededor del terrorismo y del choque de las culturas (que se resume, a grandes rasgos, entre el modelo occidental ilustrado y los oscurantismos retrógrados, esencialmente islamistas), aunque no resistirá mucho tiempo los análisis más simples, conviene ciertamente a los intereses de los Estados. En efecto, cada uno se adhiere a los principios que quieren que un enemigo sea descalificado y reducido al estatuto de terrorista (culpable, no crímenes de guerra, sino de crímenes a secas) estando desvalorizado en cuanto a sus intenciones: no busca defender sus intereses sino que está movido por ideas indefendibles [6]. La construcción, con fines repulsivos, de un perjuicio abstraído de todo contexto histórico no es nueva y ha servido especialmente a las ideologías después de la Segunda Guerra mundial [7]: el Estado es el valladar contra el fascismo y el comunismo. Hoy, protege contra el fundamentalismo [8].

Las democracias occidentales no son las únicas en adherirse a este nuevo credo. Rusia y China explotan igualmente terrorismo e islamismo para justificar su política interna. Más allá incluso de la ideología, esta explicación conduce en todas partes a la instauración de regímenes antiterroristas especiales para un aumento radical de los medios de intervención policíacos [9] que conviene bien a un contexto de radicalización de los movimientos sociales. Como quiera que sea, la universalidad de esta ideología autoriza a las potencias a llevar a cabo su propia cruzada sin tener que depender de Washington. Todos los Estados fuertes cohabitan en apariencia, pero para sus propios fines, en el mismo paradigma explicativo y dualista del mundo hasta englobar a los movimientos terroristas mismos. Paradójicamente, éstos encuentran ahí un lugar y se aprovechan de su propagación ideológica para fundamentar su legitimidad ante los ojos de las poblaciones que sucumben ante la idea, implícita, de que sólo ellos se oponen, en el fondo, al “nuevo orden mundial”.

Más allá de la ideología, el declive de las potencias

Si los Estados Unidos intentan mantener su liderazgo con un discurso que vale en todas partes y que concierne a todo el mundo, también apuestan por el mantenimiento de la autoridad con su arsenal militar. Este último alcanza hoy proporciones extremas: en términos de presupuesto, los USA justifican casi ellos solos el conjunto de los gastos de los otros países [10]. Este frenesí militar confirma en realidad el lugar estratégico muy particular de los Estados Unidos. Son el único Estado cuya preocupación es estar presente en todas partes y controlarlo todo. Esta doctrina Full-spectrum dominance [11], sin embargo, es más un ideal-tipo estratégico que una finalidad realista, pero subraya bien la ambición política de Washington: ser el centro de gravedad.

Esta postura militarista y panóptica no debe crear ilusiones. En realidad, la potencia americana demuestra regularmente su impotencia para dirigir el mundo. A pesar de su dominio tecnológico y táctico, los Estados Unidos son incapaces de imponer su orden en los lugares que ocupan militarmente. Si la evolución de sus capacidades guerreras aleja la pertinencia de la comparación con el Viet-Nam, y si corren menos riesgos que antes de sufrir fracasos militares en condiciones similares, su incapacidad para ordenar las políticas locales es tanto más espectacular. A este propósito, Somalia fue un ejemplo contundente. En unos meses, la operación Restore Hope chocó con el caos tribal, forzando a Washington, y después a la ONU, a desertar de la región. Después del 11 de septiembre fueron Afganistán e Irak los que se convirtieron en las ilustraciones de esta incapacidad. Aunque victoriosos militarmente, los USA no consiguen imponer modelos políticos funcionales, hasta el punto que se ven obligados a renegar de sus intenciones originales y apostar por las estructuras cuya desaparición prometían (los restos del partido Baas en Irak y ciertos jefes talibanes en Afganistán).

No pudiendo estar en todas partes, todo el tiempo, la ineficacia de su gobierno acaba por desgastar su dominación por las armas y provocar su salida del territorio. Así, se puede resaltar que sus auténticas victorias son aquéllas en que su agresión ha obligado a un Estado tercero a aplicar su programa (Irak en 1991 y Serbia en 1999) en lugar de derrocarlo y sin que ellos tengan que intervenir sobre el terreno. Las debilidades de la dominación de los Estados Unidos se verifican asimismo en las dificultades que tienen para regentar situaciones que, sin embargo, son percibidas como domésticas. Así, los acuerdos de Oslo han ido a parar al cubo de la basura de la historia, dejando una situación en la que Israel actúa finalmente de modo unilateral, pareciendo que se ha hecho sordo a las amonestaciones del padrino americano, que se encuentra cogido en una alanza de la que no puede salir. En América latina, igualmente, y a pesar de sus medios de presión tradicionales, los USA pierden su influencia sobre las élites locales. Venezuela, Bolivia, Brasil... están entre los Estados que animan un intento de salida de la órbita americana [12]. Finalmente, si las maniobras de Washington en los países de la ex-Unión soviética han podido contener a Rusia en su región, los recientes apoyos a facciones pro-atlantistas han llevado a fracasos que han culminado con la guerra de Georgia durante la cual la diplomacia americana se ha revelado desarmada frente a Moscú.

La erosión, todavía relativa, de la influencia americana se mide por su incapacidad para producir los regímenes “legítimos” que requiere la ideología occidental, a causa de la independencia creciente de los Estados tradicionalmente bajo su autoridad, y justifica un aumento incesante de sus gastos militares, únicos garantes a fin de cuentas de su posición dominante.

Pero el árbol americano no debe tapar el bosque. En este acto de pasar revista impresionista del estado de la potencia americana tras el final de la Guerra fría, las otras potencias parecen ausentes, si no es por su relación con los Estados Unidos. Pero, evidentemente, no es la relación con Washington lo que constituye para ellas el eje de su política internacional. Con el mismo título que la Casa Blanca, cada cancillería actúa para defender los intereses de su burguesía. Nuestra propuesta es más bien que el ejemplo americano es ilustrativo de un fenómeno global.

En el esquema clásico de las relaciones internacionales que prevalecía hasta 1989, la pérdida de influencia de un actor beneficiaba a un tercero. Clásicamente, pues, se ha podido decir que los Estados Unidos han reemplazado al Reino Unido después de 1918, que después han sustituido a Europa desplazando el centro de decisiones a partir de 1945, entrando después en un juego de vasos comunicantes con la URSS, o con las viejas potencias coloniales en África y en Asia. Por tanto, si los Estados Unidos pierden hoy influencia, se podría pensar que va forzosamente en beneficio de otro. Se está tentado entonces de mirar hacia Pekín, incluso a Europa, e intentar ajustar los cursores de unos y otros en el tablero de mezclas de la política internacional.

Por supuesto que la competencia entre las potencias no está en decadencia y los intereses particulares continúan animándola. Los Estados Unidos, en primer lugar, persiguen antes que cualquier otra cosa la defensa de sus ambiciones nacionales. La particularidad de la época actual parece más bien ser que la pérdida de influencia americana es el modelo que vale para todas las potencias. A este respecto, el ejemplo de Francia es elocuente: a pesar de las repetidas intervenciones en África (Ruanda, Costa de Marfil, África Central, Chad...), la influencia de París se reabsorbe y fracasa en el arreglo de situaciones locales que habrían parecido anodinas en otros tiempos, como la de Costa de Marfil, escindida de facto [13]. Si la influencia de las otras capitales en estos diferentes conflictos no está ausente, y si la competencia imperialista no ha desaparecido de África, la aparición de élites locales liberadas de las influencias tradicionales es un fenómeno nuevo. Los repetidos fracasos de las mediaciones europeas a lo largo de los conflictos de la ex-Yugoslavia, las dificultades de Rusia para mantener su influencia en el interior mismo de las fronteras de su federación, la Gran Bretaña en Zimbabwe, en Irak, la OTAN en Afganistán, incluso China tiene dificultades para dominar sus alianzas (Pakistán, Corea del Norte...), hasta las pequeñas potencias regionales que, aunque emergentes, tienen dificultades para mantener su dominio sobre la vecindad (como Irán en Irak, Etiopía en Somalia o Ruanda en la RDC). La capacidad para proyectar su política fuera de sus fronteras se desmorona. El aumento de los presupuestos militares y la aparición de modelos estratégicos concebidos como “mantenimiento del orden” parecen haberse convertido en los únicos medios de afirmar su poder para generar, no ya el ejercicio de una autoridad, sino el de una pura violencia. Este fenómeno generalizado no es, indudablemente, ineluctable. A día de hoy, nada permite pensar que de este caldo no podrían emerger bloques o alianzas regionales. Hay veleidades en este sentido: la unión franco-alemana, la unión ruso-china, el bloque atlantista... otras tantas coaliciones que se buscan sin encontrarse. Es la hora de la desmultiplicación de los actores de segunda fila cuyas políticas erráticas conducen a desestabilizaciones regionales. Esta desestabilización perjudica los intereses de los imperialismos dominantes, que no consiguen controlarlos y que, a veces, se encuentran paralizados por ello. El mundo se hace radicalmente más complejo y más problemático.

¿El ocaso de los Estados?

La erosión del poder de los Estados no se juega sino entre ellos, fuera de sus fronteras. En varios lugares del planeta, son los modelos estatales mismos los que están en quiebra. En África central, en África Occidental, en Irak, en Colombia, en Asia central, incluso en el Extremo Oriente (en Birmania), la noción de un territorio, un pueblo, un Estado, es caduca. Sin ser nuevas, estas situaciones ya no son hoy marginales. En numerosos lugares del planeta, territorios inmensos están en manos de bandas armadas que luchan entre sí para rebuscar un poco de las riquezas, generalmente mineras o narcóticas. Los Estados “oficiales” no son allí más que actores entre otros y fracasan en integrar estas facciones en sus estructuras, frecuentemente a pesar de la inversión masiva de las instancias internacionales. De ello resultan inmensas zonas de “no-derecho” – o más exactamente, de “no Estado” – cuya inestabilidad se comunica a su alrededor [14].

El modelo gubernamental clásico vive actualmente una crisis cuya salida no parece ser el restablecimiento de las legitimidades jurídicas y de los ejecutivos centralizados. Frecuentemente, después de una desintegración de las estructuras que prevalecían antes del establecimiento de Estados llamados “modernos”, el deslecho generalizado da origen a una situación de caos del que sólo emergen bandas armadas, mafias ocultas o tribalismos que se apoyan sólo en la brutalidad. Es ciertamente el modelo del monopolio de la violencia el que está puesto en tela de juicio en todas partes en donde el capitalismo clásico ha fracasado en estabilizar las sociedades después de haber suplantado las relaciones sociales que le han precedido. Este fracaso se debe a su incapacidad para responder a las necesidades sociales de las poblaciones concernidas, pero sobre todo al hecho de que las élites locales, las que disponían de la autoridad, no han encontrado tampoco su lugar en este modelo. El fracaso del desarrollo post-colonial unido a políticas comerciales agresivas provenientes de las grandes potencias han llevado a una insatisfacción creciente, no del proletariado del Tercer Mundo – improbable eslabón débil y totalmente desarmado – sino de sus candidatos burgueses.

Al no lograr el sueño de la explotación liberal, estas élites frustradas constituyen el terreno fértil y dinámico de la extorsión violenta de la plusvalía, errática y sin futuro (sin acumulación de capital). Se sabe, por ejemplo, cuánto la insatisfacción de las pequeñas burguesías educadas alimenta los movimientos islamistas en el Medio Oriente. La amenaza constituida por estos movimientos pesa mucho más sobre los gobiernos locales que sobre las lejanas potencias occidentales. Así, las agresiones militares contra las estructuras tradicionales, sea en Irak, en Palestina, en Afganistán, en RDC... conducen a liberar miríadas de actores autónomos y a crear situaciones que escapan a toda autoridad federadora [15]. El imposible desarrollo económico de partes importantes del mundo genera la desestabilización y la destrucción de las estructuras centrales y lleva así al caos [16].

La incapacidad de los Estados del Tercer Mundo para asentar su monopolio de la violencia como no sea a través de un ejercicio brutal de la fuerza, es un fenómeno que no es privativo de ellos. En todas partes, al parecer, la legitimidad de la autoridad estatal es disputada por élites subalternas. Si la economía paralela no es nueva, actividades estructuradas “ilegales” se presentan regularmente como sistemas consustanciales a los funcionamientos legales. Se constituyen redes que asocian intereses particulares tras parcelas de poder. Si los países tradicionalmente fértiles para las mafias, como Italia, se muestran cada vez más incapaces de yugular el fenómeno [17], los escándalos de este orden son innumerables en todas partes. Esto hasta el punto en que se puede uno preguntar si la relación social tradicional del capitalismo – el empleado bajo contrato – no se desdobla en relaciones interpersonales de clientela que, sin estar inscritas en los principios del sistema, se hacen indisociables de la crisis que se profundiza.

El Estado burgués, convertido en el centro de la redistribución de los ingresos de la fiscalidad, es asaltado por multitud de intereses particulares que es imposible reconciliar o disciplinar en un contexto de ahogo económico generalizado. Este fenómeno influye en el modelo mismo de la democracia burguesa. Lejos del mito democrático que pretende que los electores eligen a sus representantes, el funcionamiento real del sistema es el de una competición de objetivos particulares que se vierte en el proceso de la toma de decisiones y lo paraliza literalmente. El incremento exponencial del cabildeo ilustra una pérdida acrecentada de la autonomía de los centros políticos de decisión, los cuales son hoy arenas donde se enfrentan los intereses más diversos, hasta el punto en que se puede uno preguntar sobre la capacidad de la burguesía para tomar decisiones que valgan para el conjunto de su propia clase.

Sin duda, especialmente bajo la influencia de esta fragmentación de las burguesías, que debilita el consenso y la legitimidad de su autoridad, es como el Estado desmultiplica la extensión de su gobierno, a todos los niveles, al tiempo que se apoya cada vez más en compañías privadas (en teatros militares como en Irak, o al tratarse de asuntos domésticos, como la seguridad de los transportes de fondos, incluso públicos, y recurriendo a compañías externas para controlar las contabilidades de las empresas y de sus propios servicios). La seguridad, el control y el ejercicio de la violencia constituyen en adelante mercados como los otros [18].

La tendencia al aumento del intervencionismo político en los asuntos de la sociedad, y que se ejerce primeramente en detrimento del proletariado, expresa el desarraigo de una clase dirigente que no consigue mantener su orden. Las élites, esquizofrénicas, mantienen la paradoja que consiste, por un lado, en querer liberarse del peso cada vez más agobiante de este Estado hipertrofiado y, por otro, en recurrir incesantemente a su arbitraje y a su intervención. Este fenómeno se ilustra bien por los recientes desarrollos de la economía. Pero la explosión de lo jurídico es otra ilustración de ello, como el de la burocracia. Desmultiplicando los servicios estatales, paraestatales o privados dedicados a la regulación, la evolución de la praxis capitalista que es el derecho tiende a producir un Leviatán [19] deseado y deshonrado a la vez.

Como una metáfora del proceso que actúa a escala de los Estados, en el nivel internacional también esta tendencia a la regulación, deseada pero improbable, marca la época. La desmultiplicación de las instancias supranacionales a propósito de una miríada de dominios es espectacular [20]. Estamos en un mundo en el que cada problema produce su institución y su arsenal de textos. Pero el análisis profundo de las contradicciones subraya crudamente la inoperabilidad de este sistema que no es, en el fondo, más que el fantasma kantiano de la ideología capitalista y no el árbitro supremo soñado por una parte de la burguesía.

Sin embargo, esto no significa que no ocurre nada en este universo diplomático y jurídico internacional. Por el contrario, las relaciones entre los Estados son redefinidas y reevaluadas incesantemente. Detrás de las problemáticas que pretenden acometer, las misas mayores multilaterales se convierten en lugares de enfrentamientos y de relaciones de poder entre sus actores. Así la política internacional se ha esparcido sobre decenas de materias diferentes en las que se vuelven a representar sistemáticamente las mismas rivalidades y de las que surgen relaciones de poder similares al fin y al cabo. Al lado de los dominios militares, políticos y económicos – que tienen asimismo sus terrenos: OTAN, ONU, OMC, G8, G20... – han aparecido ejes nuevos tales como la cooperación jurídica, la proliferación o la ecología. Cada uno de ellos dispone de su discurso ideológico, habitualmente mantenido por una parte de la “sociedad civil” [21], que sirve, tarde o temprano, para justificar relaciones de dominación, en nombre de un campo específico pero en provecho de las veleidades de poder y de los interese particulares de los Estados. La naturaleza de los procesos en acción en estos espacios se revela constantemente en los bloqueos insuperables que acaban por invalidar tanto la institución concernida como el objetivo pretendidamente perseguido [22].

El capitalismo fracasa cada día un poco más en yugular el tumulto que provoca su tendencia a la quiebra. La agravación de los dramas sociales que devastan la población mundial y la insatisfacción de las élites candidatas son las fuentes principales de una desestabilización del sistema por la base. Incapaces de responder – al menos de modo duradero – a estos desafíos, las burguesías ponen en marcha una gobernación mundial ineficaz y, finalmente, de encantamiento, que ellas mismas se apresuran a esquivar. De ello resulta un distanciamiento cada vez más intolerable entre una “ética” evocada incesantemente y la evolución real del mundo y de los manejos de los que detentan el poder.

La extensión de un mundo marginal capitalista

Estando acabada hoy la globalización capitalista, ninguna parte del mundo puede pretender escapar de sus estructuras y dominación. Sin embargo, el fracaso del desarrollo del Tercer Mundo y la agravación de la crisis lanzan todos los días un poco más de la humanidad a una miseria en la que no hay ninguna alternativa. Incapaz de responder a las necesidades vitales de los hombres, el capitalismo ve en realidad recular las fronteras de su modelo, que reposa sobre un Estado, un derecho y empresas estructuradas alrededor de un capital. De lo que resulta la coexistencia de dos tipos de humanos: los que están integrados en el sistema y los que están excluidos en sus márgenes. La caída en la mendicidad y el alcoholismo de millones de personas, sobre todo en África, pero también en otros continentes (China, India...) es consecuencia de su salida de las políticas del capitalismo. En lo sucesivo, estas masas ya no tienen ningún derecho, simplemente son ignoradas.

Desprovistas de la tutela de los sistemas reguladores de los Estados y globalmente apartadas de los intercambios comerciales, sobreviven gracias a una economía de subsistencia que se deja ver como una metáfora cruda del capitalismo. Sin acumulación y sin capital, esta economía reposa sobre intercambios de bienes y servicios, y traba compromisos interpersonales de inspiración contractual, pero sin la protección de una autoridad reguladora. Sobre este fondo frágil e inestable élites criminales proliferan y fundan una explotación brutal cuyas ganancias les permiten a veces acceder a la economía capitalista tradicional reinvirtiendo en ella sus capitales. En el otro sentido, las empresas burguesas no se privan de explotar esta miseria, como lo ilustra la presencia de clandestinos en sectores tales como el de la construcción, el del mantenimiento o la restauración.

El fenómeno no descansa sobre bases geográficas. Se produce también en los países industrializados, en el seno mismo de las poblaciones activas en el sistema. Son los sin-trabajo, excluidos de los sistemas del paro, los pobres, los sin-papeles. Su salida de la existencia del régimen capitalista va acompañada de su desaparición de las estadísticas y hace de ellos no-sujetos del derecho (la expresión “sin-papeles” es, a este propósito, completamente elocuente).

El drama de esta humanidad invisible es su impotencia. Aunque reserva inagotable de trabajadores (como en China), está desprovista del arma económica de la huelga y no puede movilizarse sin solidarizarse con los trabajadores integrados en el sistema. Únicamente su capacidad para hacerse oír o para desestabilizar el orden puede hacerla temible a los ojos de las burguesías. Es lo que se ha podido ver con ocasión de los disturbios en las periferias francesas en 2005 y, en menor medida, en los desórdenes de Guadalupe en 2009, la amenaza de los cuales para la metrópolis se situaba esencialmente en un plano simbólico más que económico. Sin embargo, estos dos ejemplos se han beneficiado de su proximidad o de sus relaciones con los centros industriales para inquietar a la burguesía. Por el contrario, los motines de los clandestinos, como los de Ceuta y Melilla en 2005, no pueden esperar más que tocar de lejos la sensibilidad del proletariado integrado en el sistema e indirectamente conseguir una reciprocidad (como ocurrió cuando el vasto movimiento de solidaridad que siguió al Tsunami de finales de 2004).

No obstante, si este fenómeno funciona como la desaparición de una parte de la humanidad a los ojos de otra, es tanto el producto de una evolución social como de una quiebra ideológica. En realidad, nada separa en potencia al empleado de un banco del refugiado sudanés. Los dos tienen una misma naturaleza a los ojos del capital: son virtualmente trabajadores. La diferencia es que el primero está integrado en el sistema y que el segundo está excluido de él de facto. La humanidad que vive al margen no constituye otra clase social, ella forma parte del proletariado. En realidad, es el capitalismo el que le niega este estatuto al ser incapaz de actualizar su fuerza productiva. El peligro sería confundir este estado de hecho con una naturaleza de clase, como desearía la burguesía, la cual calla las desgracias de esta parte del mundo que ella abandona. Ella espera que las poblaciones no sean solidarias con esa parte del mundo, para minimizar su fracaso hacia esta humanidad que trata como a una porción cualitativamente congruente y que debería su estado sólo a ella misma (o a sus élites incapaces). A pesar del vigor solapado de esta ideología, el impulso de solidaridad consecutivo al Tsunami (final de 2004), los movimientos de apoyo a los ilegales o la unificación de los trabajadores “de casa” con los inmigrantes constatada en Grecia (2008) muestran, entre otros ejemplos, que los trabajadores saben siempre reconocer la universalidad de su condición.

¿El surgimiento de una opinión mundial?

El siglo pasado ha estado marcado por el surgimiento de lo que se ha bautizado como “la sociedad de la información”. Las innovaciones tecnológicas en este dominio han sido espectaculares y han colocado los medios de comunicación en una posición de intermediario insoslayable en el seno de las relaciones humanas. La rapidez de circulación de las informaciones y el acceso potencial de cada uno al estatuto de emisor son elementos sobre los que hay que preguntarse.

Conviene, primero, eludir ciertos mitos ligados especialmente al surgimiento fulgurante de Internet. Si es cierto que hoy el saber humano está más disponible que antes y que las opiniones alternativas pueden encontrar ahí un canal de expresión muy práctico, la simple presencia de esta masa de información no revoluciona las conciencias. Por el contrario, lo esencial de los medios consumidos en Internet pertenece a algunos grupos industriales. El gigante Google es el ejemplo más patente de ello: sólo depende de su buena voluntad o de sus errores tecnológicos privar a una parte importante de la población de las fuentes de información [23].

Pero más allá de la arquitectura industrial de Internet, son las costumbres culturales de las poblaciones las que separan por compartimentos su acceso a las informaciones. Así, durante la Guerra de Gaza a comienzos de 2009, se ha comprobado que cada público consultaba las fuentes de información que le eran destinadas y que están controladas por la clase política que las dirige. En Internet, el israelita consulta la prensa israelí, el palestino la prensa palestina y fuera de la región, las poblaciones que sienten afinidades identitarias con una u otra de las partes, se remiten a los medios que le son propios o que son los que dominan localmente. Así no es difícil para las burguesías respectivas mantener el contacto con las poblaciones que dirigen. A pesar de la atrocidad de la intervención en Gaza, se considera que la opinión pública israelí ha mantenido ampliamente la confianza en la pertinencia de la política de su gobierno tal como la relevaban los medios de Israel.

Contrariamente a ciertas utopías, la “nueva sociedad de la información” no prefigura el surgimiento de un discurso de protesta mundial por la simple magia de la libertad mediática. Por el contrario, la globalización del mundo quizá vaya acompañada por una globalización de las preocupaciones. La crisis ecológica, ampliamente mediatizada y políticamente instrumentalizada, presenta la particularidad de unir las opiniones mundiales en la angustia de un iceberg que se funde. Si, desde luego, la amenaza es global, el calentamiento no es el único en beneficiarse de la audiencia planetaria. Después de la Segunda Guerra mundial, los asuntos de actualidad o las diversiones culturales se mundializan bajo el efecto de los intereses económicos y por la difusión mediática. Así, la elección de Barack Obama y la Guerra de Gaza fueron, entre otros, temas que preocuparon a lo esencial de la población mundial desde ángulos de ataque similares.

El efecto paradójico de esta extensión de la opinión pública es que en adelante una política, una guerra, por ejemplo, necesita a la vez el enrolamiento de las poblaciones concernidas, pero también la producción de una comunicación que se dirija al mundo. El conflicto de Georgia del verano de 2008 es, a este respecto, ejemplar. A falta de hacer saber lo que pasaba sobre el terreno, las dos partes han elaborado una propaganda de alcance mundial que se ha manifestado especialmente en la decisión de Tbilisi de desencadenar las operaciones en el momento de la apertura de los J.O. de Pekín. Por su parte, Rusia ha divulgado ampliamente una propaganda calcada sobre la desarrollada por la OTAN con ocasión de la Guerra de Kosovo [24]. Cuando el conflicto de Gaza en 2009, es probable que, a pesar de la docilidad de los israelitas y la ausencia de periodistas sobre el terreno, Tel-Aviv haya abortado parcialmente su operación ante las protestas llegadas de otras partes. En adelante, manifestarse en el otro extremo del mundo por causas locales forma parte de las prácticas de comunicación. Hacer de un tema un asunto de preocupación mundializado es una nueva manera de hacer política. Sin duda, ése es el efecto principal de la globalización de la información.

De una manera general, parece que la sensibilidad de las opiniones públicas se acrecienta frente a las orientaciones tomadas por los poderes. Por tanto, le resulta muy difícil a la burguesía mantener las apariencias humanistas de su discurso ante las contradicciones de sus propias políticas. Más que nunca, necesita encontrar una “moral” para su acción, una moral que tiene necesidad de medios cada vez mayores [25], con riesgo de que definitivamente no pueda ya mantener la distancia entre las realidades de las relaciones sociales y las explicaciones que da respecto de ellas.

Conclusiones

El papel particular de la política americana en el mundo y la evolución de su acción, el debilitamiento de las capacidades de las potencias y de los poderes reales de los Estados, la conversión de las contradicciones en un sistema de regulación ineficaz y parásito que hace complejas las relaciones políticas, el desarrollo de un mundo desestructurado fuera de la sociedad capitalista y la nueva configuración de las opiniones. He ahí las tendencias y las paradojas cuyos efectos son difíciles de prever. Constituyen el paisaje particular del capitalismo del siglo XXI que es a la vez producto y contexto de dos motores esenciales de la historia contemporánea, ausentes de este artículo: la crisis económica y la lucha de clases.

La evolución de la economía mundial tendrá sin duda efectos sobre la potencia americana, sobre las políticas de los Estados y sobre las condiciones sociales de existencia de la humanidad. Estos temas merecen análisis particulares, pero sería utópico pensar que se puede adivinar mecánicamente el futuro del mundo simplemente a continuación de los mismos. La situación es compleja, y a pesar de que se pueda estar tentado de pensar que “la historia se acelera”, hay que admitir que la gran diversidad de factores que intervienen no facilita su interpretación. Una sola cosa aparece cierta: estos múltiples efectos tienen una misma causa. La historia del capitalismo ha acabado de unir el mundo en sus contradicciones. Más que nunca, una sola humanidad está suspendida de un mismo futuro.

Daniel, abril de 2009, traducido del francés al español por EM, 27 de diciembre de 2009

[1Y cuya ineptitud ideológica culmina con la teoría vivaz del Clash of civilisations de Huntington.

[2Todas las informaciones recogidas por los servicios secretos, los intercambios entre policías, etc.

[3La demonización de los talibanes no data del 11 de septiembre. Recordemos los discursos pronunciados con ocasión de la destrucción de los Budas gigantes de Bamiyan: contra el oscurantismo islamista, sonaban ya los clarines de las Luces.

[4Esta segunda guerra del Golfo permitió, por otra parte, volver a encontrar la vieja frontera atlantista en el seno de la Europa Occidental; se adhirieron a ella los aliados (más o menos) tradicionales de Washington: Países Bajos, Dinamarca, Italia, España y, por supuesto, Reino Unido.

[5Es, al parecer, el mismo problema que se presenta en el asunto de Darfur. La voluntad americana de intervenir chocó con las resistencias de China y de las potencias europeas.

[6¿Quién defendería el “proyecto” de los Talibanes?

[7El recuerdo del nazismo, reducido a su barbarie y desligado de las razones materialistas de su existencia, no es más que un fantasma que merodea alrededor del montón de cadáveres del Holocausto, tan mantenido como inexplicable y que trasciende a la historia.

[8Por lo demás, es interesante ver cómo la cuestión del velo anima este pensamiento volviendo regularmente a revitalizar sus bases ideológicas. La laicidad y el pluralismo reemplazan poco a poco al antifascismo en el mantenimiento de la ideología demócrata. Antes de la Caída del Muro esta cuestión estaba ausente de la moral moderna.

[9Como han aprendido a su costa los autonomistas franceses acusados de haber saboteado líneas del TGV a finales de 2008.

[11Para una descripción de esta doctrina: http://www.defenselink.mil/news/newsarticle.aspx?id=45289

[12Como lo atestigua la reunión de octubre de 2008 de la UNASUR que apuntaba sobre todo a liberar al continente del intervensionismo US: http://www.rfi.fr/fichiers/MFI/PolitiqueDiplomatie/2644.asp

[13El retorno de Francia al seno de la OTAN es ejemplar del fenómeno. Consciente de la pérdida de su influencia en la escena mundial, ya no quiere arriesgarse a una posición aparte de lo que percibe ser los centros de decisión esenciales, volviendo así a la doctrina gaullista que le había valido una posición particular durante la Guerra fría.

[14El reciente desarrollo de la piratería a lo largo de Somalia es un edificante ejemplo de ello.

[15De lo cual se aprovechan a veces las potencias cuando conviene a sus intereses, lo que agrava más la dislocación de las estructuras sociales. Son los apoyos oportunistas de los que se benefician los movimientos armados en África o la explotación cínica que hace Israel de la situación de Gaza.

[16Se puede observar a este propósito que esta evolución se parece a la que Eric Hobsbawn describe refiriéndose al hundimiento de la URSS. Bajo el efecto de la Glasnot querida por Gorbachev, el Estado central disminuyó su autoritarismo, favoreciendo de esta manera el surgimiento de actores periféricos constituidos a la vez por poderes locales de la Federación soviética y por empresas liberalizadas. En lugar de reformar la URSS, este relajamiento de la autoridad favoreció su implosión, conduciendo a una disgregación generalizada que prosigue hoy a pesar de los sueños putinianos de Estado fuerte. Eric J. Hobsbawn, L’Âge des extrêmes, Éditions Complexes, Paris, 1994.

[17Ejemplar hasta la caricatura: la crisis de las basuras en Nápoles.

[18Para una revista detallada del fenómeno: Jean-Didier Rosi, Sociedades militares y de seguridad privada: ¿los mercenarios de los tiempos modernos? En Les Cahiers du RMES, vol. 4, nº 2, 2007-2008. http://www.rmes.be/CDR%208/CDR8_Rosi.pdf.

[19En el sentido del modelo político del filósofo Thomas Hobbes: un Estado monstruoso, garante de la paz social y contra el cual es imposible la rebelión. Pero si este Leviatán moderno parece ser absolutista (pues es totalitaria la suma de todos los derechos), en realidad demuestra ser una criatura ciega, impotente, que actúa al azar de su arbitrariedad pues, fundamentalmente, la élite que lo anima tiende, a su vez, a dislocarse.

[20Para convencerse de ello, y nada más que para la ONU (www.unsystem.org) que precisa debidamente que: “Aunque repleto, el repertorio de los sitios del sistema de las Naciones Unidas está lejos de ser exhaustivo”.

[21Alimentado por los ardores de las ONG que hayan elegido este tema como caballo de batalla y cuyo autismo temático favorece su instrumentalización.

[22Dos ejemplos, entre otros: el Tribunal penal internacional y los acuerdos enanos de Kyoto.

[23Por un lado, Google participa activamente en las restricciones de Internet en China limitando los resultados de su motor de investigación, por otro, un virus informático sobrevenido el 31 de enero de 2009 ha mostrado la dependencia de esta herramienta: las visitas de todos los sitios Web del planeta habrían bajado un cuarto en una hora: http://www.atinternetinstitute.com/fr-fr/arrets-sur-l-actualite/panne-google-2-31-janvier-2009/index-1-1-1-159.html.

[24Elección especialmente irónica por parte del aliado de Serbia.

[25A este respecto, la elección de Barack Obama ha alcanzado una cima. La apuesta moral de la nueva administración americana es especialmente arriesgada. Así, Obama acaba de abandonar la táctica que consistía en ocultar el retorno de los cadáveres de los soldados comprometidos en el extranjero, apostando por la ética reinstaurada de la política americana para enrolar a las masas, http://qc.news.yahoo.com/s/capress/090407/monde/20090407_usa_soldats_medias.